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Los músicos no dejaban de tocar, aunque era evidente que algo había golpeado el barco; el temor comenzó a reflejarse en la mirada de la tripulación… y pronto contagió a todos los pasajeros. Ya sabemos como termina la historia, la coraza del barco decía: Titanic.

Hace algunos años conocí a Carlos Álvarez, un gran empresario del sector alimenticio en la ciudad de Medellín, Colombia. Este hombre también había comenzado desde abajo y nos hicimos buenos amigos; creo que podría llamarlo el Capitán de esta historia.

Con una mezcla de ingenio y perseverancia, él había construido un emporio comercial… tremendo barco: Bodegas, distribuidores, una cantidad de empleados y uno de los productos más cotizados del segmento Fitness en el país. Como diría un marinero, iba viento en popa. Hasta que se encontró de frente con un iceberg.

Los músicos tampoco dejaron de tocar, el temor también apareció en la mirada de los tripulantes del barco, el agua comenzó a entrar, un multimillonario contrato mal realizado hizo las veces del témpano de hielo gigante en medio del mar de los negocios. El barco se partió a la mitad tras una explosión de desaciertos en el cuarto de máquinas del corazón. Nunca vi temor en los ojos de Carlos.

El barco se hundió… hasta lo más profundo. Fue un desastre.

Hace un par de días hablé de nuevo con mi amigo. Me pidió que editara una frase que va en el empaque de un nuevo producto con el que seguramente volverá a conquistar el mercado. La frase dice algo así:

“Algunas veces he llegado a creer que no hay salida. Sin embargo, a través de las derrotas he comprobado algo: Cada fracaso que sufrimos nos hace más fuertes. Y si ya no hay nada que perder… con mayor razón hay que volver a intentarlo”.

El día que vino a consultarme sobre la estrategia de comunicación para lanzar su nueva línea alimenticia, comprendí que icebergs puede haber en todos lados, yo mismo he chocado contra un par de ellos; pero en definitiva… La perseverancia es a los negocios, lo que una tabla es a un náufrago en medio de la mar… Jamás la sueltes.

Aquel día, cuando Carlos salió de mi oficina, tras su apretón de manos me dijo:

—Dios da la victoria a los que perseveran.

Al igual que cuando su primer barco se hundía… Ese día tampoco había miedo en su mirada.