Esa casa siempre tuvo un halo de misterio para nosotros. Ese día, cuando íbamos rumbo a la escuela, mis amigos y yo nos detuvimos a husmear por un momento desde la cerca de horcones de madera y alambre de púa que la rodeaba.
Era una casa típica campesina, el rojo intenso de sus puertas y ventanas hacía juego con las matas florecidas que colgaban por todo el corredor en canasticas de alambre negro. Un par de hermanos vivían allí, él era obrero de una finca cercana y ella cuidaba la casa, las matas y una que otra gallina criolla. Decían que eran los solterones de la vereda.
De repente, Pacho, mi gran amigo de infancia, pasando su mano de arriba abajo por las terciaderas que sostenían sus pantalones cortos, y usando el tono más misterioso que un niño de 8 años pueda usar, dijo sin quitar la mirada de la casa:
—Allá no dejan hervir la aguapanela—. Y se quedó en silencio. Ese silencio que usamos después de una frase muy profunda.
Los demás niños que lo acompañábamos, aguapaneleros de pura cepa, que sabíamos que esa bebida tradicional colombiana debe hervirse bien antes de ser consumida, quedamos perplejos, pero nadie dijo una palabra. Entonces Pacho agregó:
—A mí me contaron que ellos no la dejan hervir y se la toman así.
Nos miramos unos a otros sin decir palabra y con una sincronización perfecta soltamos la cerca y abandonamos el sitio con precaución. Nuestro gran miedo, y los comentarios del pueblo, se habían comprobado “Ellos eran diferentes”. Y si algo asusta a los humanos, son las personas diferentes.
Al recordar esta anécdota de mi niñez, pienso que de una u otra forma, las estructuras sociales tienden a rechazar la diferencia, a apartarse de quienes no encajan perfectamente en los moldes; para algunos el diferente es el que no usa medias, y para otros el que se pone una corbata; para algunos es el que expresa su fe, y para otros el que no profesa esa misma fe… y las diferencias nos siguen asustando.
Pero me asusta más que a veces nos convirtamos en jueces de aquellos que, sin saber por qué razón, no dejan hervir la aguapanela, y la prefieren un poco cruda, y escogen una carrera distinta, o trabajan de noche, o no hacen deporte, o les gusta estar solos… o aman a su perro, o van al trabajo de corbata y en bicicleta… o no montan en bicicleta.
Pero lo que más gracioso me parece, es que con el paso de los años he comprobado que si uno realmente quiere salir adelante… Tiene que ser diferente.
Pero no se trata de ir en contra de todo por el simple hecho de ser diferente, (esa es una rebeldía adolescente). Se trata de ser radical, de trabajar más que el promedio, de estudiar mientras otros juegan, de perseverar en la búsqueda de tus metas por encima de la crítica o el “qué dirán”. Así sí vale la pena ser diferente.
Oye, gracias por leerme… Te invito a ser el mejor, o la mejor, en lo que hagas, a esforzarte más que el promedio, a que nada te detenga, a escalar tus propias montañas, a alcanzar tus propósitos… a ser diferente… a tomarte la aguapanela sin hervir. Un abrazo.
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Excelente mi hermano, mejor que una aguapanela con queso.
Gracias mi hermano, y si está haciendo frío… mucho mejor. Un abrazo.
Que profunda reflexión…….y que realidad refleja tu escrito………todos debemos ser diferentes…pero diferentes en liderazgo, positivos siempre……..te quiero mucho!!!
Qué alegría recibir tu comentario. Gracias… nos debemos una aguapanela en casa. Un abrazo.
Jeins, recordé mucho de mi infancia con esta lectura. Y me identifiqué tanto con esos que somos tan diferentes…
Hola Sergio, gracias por tu comentario. Me alegra saber que el texto te regaló un viaje a la niñez; y también me alegra saber que eres de los que no dejamos hervir la aguapanela. Un abrazo.
Eyyy! Me encanto esto… Que bacano leer tus escritos!
Hola Alejandra que bueno tenerte por esta fábrica de historias. Gracias por darte la oportunidad de viajar a través de las letras de este blog… Me alegra que disfrutes leyendo… tanto como yo disfruto escribiendo. Un abrazo y bienvenida.
Que delicia la aguapanela y si la agregamos un poco de leche (tetero) sabe mucho mejor, Jeins mi bro muchas gracias por tus escritos me inspiran a dar más de mí, a caminar la milla extra.
Luis, es un privilegio recibir tus comentarios y saber que cumplen el propósito de mi escritura: “Servir”. Un abrazo mi amigo.
Interesante historia, como de un trozo de la historia de la vida se hace una reflexión tan profunda, así es como la vida te enseña a ganar, a aprender, a caer pero así mismo a levantarte que interesante tu perspectiva sobre la visión de la vida y el aprendizaje que te deja .
Un abrazo
Mi hermano, gracias por tu valioso comentario, me alegra que te haya agradado la historia… Tienes toda la razón, los aprendizajes que tenemos siempre terminan enriqueciendo nuestra vida. Un abrazo fuerte Brando.
Hola, tu historia es muy interesante y me gusta el contexto cultural, ese aire de misticismo que le pones. El punto de vista del niño es muy adecuado. Sin embargo la mitad de la historia es la moraleja, desde “Nuestro gran miedo”. El poder del cuento es que el lector saque sus propias conclusiones, no explicar nada. Sigue adelante. Un Abrazo. J.
Hola Jessie, gracias por visitar el blog. Me alegra mucho que hayas disfrutado la historia. Aunque he querido combinar en mis relatos, tanto la parte narrativa como la reflexión personal, valoro y aprecio mucho tu sugerencia. Un abrazo y gracias por animarme a seguir adelante.
Dejar la aguapanela a medio hervir tiene su toque especial; el probar cosas distintas, o simplemente lo mismo pero en un estado de cocción diferente al de siempre, traerá sin duda alguna, sabores y cosas nuevas.
Gracias por tu comentario Santiago, así es. Ser diferente tiene sus ventajas. Un abrazo amigo, bienvenido a esta fábrica de historias.
me quedé con ganas de saber que mas pasaba con los de la aguapanela cruda, si les daba cólico o que, realmente tu reflexión es muy buena y deja una gran enseñanza; pero entre en busca de una historia…. aun así no me voy decepcionado
Hola David, me alegra que no te hayas ido decepcionado. Un abrazo y bienvenido siempre por estos lares.